
Hay dos instantáneas que resumen a la perfección la historia del patinete eléctrico. Una chica, ataviada con un vestido La Vague –aún con corsé–, un abrigo de pieles y un sombrero; su maquillaje, a base de polvos de arroz con el que se emula la piel de porcelana, reminiscencia de la moda del siglo XIX. A la derecha otra chica, vestida con un top crochet, una chaqueta de cuero, un vaquero y unos Oxfords vintaje, y con un estilo de maquillaje a lo “clean girl”. Les separa un siglo; les une un patinete.
Y es que pensamos que el patinete eléctrico es un invento reciente que ha llegado a nuestras ciudades en el último lustro, una forma de moverse “cool”, propia de los jóvenes, pues sus principales usuarios –un 80%– tienen entre 18 y 24 años. Pero la historia del patinete eléctrico tiene más de un siglo. ¿Un siglo? Como lees…

Nos remontamos a julio de 1913, cuando Arthur Hugo Cecil Gibson solicitó la patente para el Autoped como «vehículo autopropulsado». Así, el invento se empezó a producir en Long Island, Nueva York, durante el primer auge de las scooters, después del final de la Primera Guerra Mundial, tal y como recoge la Revista Smithsonian. Ese es el comienzo de la historia del patinete eléctrico.
Sin asiento y plegables, como los actuales
Los primeros modelos del Autoped utilizaban un motor de cuatro tiempos de 162 cc montado a la izquierda de la rueda delantera y podían alcanzar los 56 kilómetros por hora, aunque a partir de los 32 su conducción era inestable. Y sí, al igual que los patinetes de hoy, el Autoped tenía una estructura de plataforma sin asiento y se podía plegar. Una segunda versión, también con plataforma, utilizaba un motor eléctrico en lugar del de cuatro tiempos y las baterías se llevaban sobre la plataforma.

Aunque al principio las revistas lo tildaron de invento friki y auguraron que la historia del patinete no iba a ser muy longeva, la facilidad, la comodidad y el ahorro que suponía contar con un Autoped conquistó a distintos grupos sociales y profesionales. Estos atributos se pueden encontrar en anuncios de la época como este, que recuerdan a las ventajas que hoy en día esgrimen tanto vendedores como usuarios del patinete eléctrico:
El patinete, símbolo de libertad para las mujeres
Las mujeres estaban entre los principales usuarios de este vehículo, convirtiéndose en un símbolo de libertad en una época en la que la lucha por el voto femenino a través de los movimientos sufragistas estaba en el centro del debate político. Algunas figuras como Florence Norman, sufragista inglesa, Amelia Earhart, primera aviadora en volar sola a través del océano Atlántico, y la actriz Shirley Kellogg empleaban esta cómoda alternativa de movilidad para desplazarse por la ciudad.
Los carteros del servicio postal de Estados Unidos fueron otro colectivo motorizado gracias al Autoped:
Pero, la historia del patinete vivió una considerable interrupción temporal en 1926 al empezar a competir con la opción de producción más económica (la bicicleta) y otra más cómoda por contar con asiento (la motocicleta).
Otra década de los años 20: la historia del patinete eléctrico se retoma
Tendremos que esperar a los avances desarrollados entre los años 60 y 90, sobre todo en el ámbito de las motocicletas eléctricas, para vislumbrar los siguientes pasos de la historia del patinete eléctrico. Aunque varias empresas intentaron producir en masa el scooter eléctrico fracasaron hasta que Peugeot lanzó el Scoot’Elec en 1996. Y, claro, toda esta tecnología sentaba las bases para el patinete eléctrico, pero se aplicaba únicamente en motocicletas.
En la misma década en la que Peugeot lanzaba su scooter eléctrico, Wim Ouboter, un empresario y exbanquero suizo, empezó a diseñar en su garaje el patinete que hoy conocemos. El lanzamiento fue todo un éxito y en poco más de un año producían 85.000 unidades al día, un boom que animó a otros actores a diseñar sus propias propuestas.
El golpe definitivo fue en la década de los 20 de este siglo, cuando grandes empresas cuyo modelo de negocio se centraba en compartir vehículos de movilidad urbana apostaron por su compra masiva. Y así, hoy, se ha convertido en un medio de transporte más en nuestras ciudades, conviviendo con el coche, la moto y la bici, y también con la cerveza SIN, que siempre recomendamos cuando nos ponemos frente a cualquier volante.