Lejos de la gran ciudad, incluso lejos del asfalto, en el valle vizcaíno de Encartaciones, existe una fortaleza del siglo XIII oculta en frondosos bosques: Torre Loizaga, en Galdames. Al estar en una zona fronteriza soportó mil asedios y batallas hasta quedar prácticamente destruida, pero a principios del siglo XX un niño del pueblo se escapaba siempre que podía a jugar entre los restos de aquellas murallas y torreones dejando volar su imaginación. Aquel niño se llamaba Miguel y con los años se convirtió en un próspero empresario que decidió invertir su dinero en reconstruir aquel hermoso castillo para vivir y guardar en su interior su más preciado tesoro, su colección de Rolls Royce, la mejor de Europa. Así nació el Museo Miguel de la Vía.
Posiblemente sea uno de los sitios más desconocidos por los amantes del motor y los coches, por eso hoy en SIN Riders vamos a hablaros de este emplazamiento que merece ser visitado tanto por su entorno, como por su colección, que presume de tener al menos un modelo de cada Rolls Royce fabricado al menos hasta que la compañía fue adquirida por una multinacional en 1990.
Cada una de estas joyas tiene una gran historia que contar. Desde el primero con el que comenzó la colección y que perteneció a la Reina Madre de Inglaterra, a un Phantom V de 1961 que con sus 6 metros está considerado el Rolls más grande. Sin olvidar el que está considerado santo grial de la colección por lo difícil que fue conseguirlo: Un Phantom IV, del que solo se construyeron dieciséis unidades entre 1950 y 1956, todas ellas destinadas a miembros de casas reales. El que aquí nos encontramos perteneció al Emir de Kuwait.
El mantenimiento de este museo es tan exquisito como los propios Rolls. José Ángel Durán se encarga como antes hizo su padre y como ahora enseña a su hijo, de que cada uno de los vehículos este en perfecto estado exterior e interior. Todos ellos arrancan, como nos demostraron con un precioso Phantom II de 1932. Eso sí, conducirlos no es nada fácil. El conductor, no solo se debe preocupar de llevar bien la dirección, sino que ha de manejar con solvencia tres palancas en el volante con las que se regulan la aceleración, la carburación y el avance o retardo de encendido.
Con una cerveza SIN bien fría seguimos paseando por este increíble museo hasta que llegamos a la sala noble, aquella en la que se custodian los Silver Ghost de 1910, los primeros Rolls que se fabricaron. Cuando alguien se compraba este coche se le garantizaba que le duraría de por vida… y aquí siguen funcionando.
Otra curiosidad que descubrimos es que las dos R de Rolls Royce que siempre han lucido en el radiador debajo de su famosa figurilla “el espíritu del éxtasis”, en un principio eran de color rojo y se volvieron negras en 1933 cuando falleció el último de los socios que seguía con vida, Royce.
Hay mil historias más que contar, como la del Marajá de Kuala Lumpur que solo sacaba su Rolls, con una serpiente de oro a modo de claxon, una vez al año, el día de su cumpleaños… Lo que hacía en ese paseo os lo desvelarán cuando veáis la maravilla de coche en el que viajaba. Podéis conocer esta y otras historias más, en este interesante museo cuya visita os recomendamos. No os arrepentiréis.